miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carrillo


Con estas líneas quiero aportar mi particular homenaje a este importante protagonista de la política española a quien Manuel Sacristán, a pesar de la poca simpatía personal que se profesaban, calificaba de “genio de la política”.

Conocí a Santiago Carrillo en una reunión en Paris, en el verano de 1959, para analizar el movimiento estudiantil en la Universidad de Barcelona impulsado por el “Comité Interfacultades”, el “Inter”, precursor del Sindicato Democrático de la Universidad de Barcelona, el SDEUB.

Coincidí luego con él desde 1970 hasta 1976 en las reuniones del Comité Central y de “cuadros” del movimiento obrero del PCE. Y coincidí también con Santiago, no sólo físicamente, en relación con la condena de la invasión soviética de Checoslovaquia, el eurocomunismo y la asunción de la monarquía y la bandera.

Quiero ahora referirme a un par de cuestiones en mi opinión apenas señaladas, o mal señaladas, en las numerosas reseñas publicadas.

Su importante contribución no empieza con la transición, sino que debe situarse ya en su decisiva intervención en el final del movimiento guerrillero antifranquista, cuando se vio que las democracias occidentales iban a tolerar el fascismo en España después de derrotarlo en Europa.  

Ello tuvo su continuación en la política de “reconciliación nacional”, planteando abiertamente que la división entre los españoles no podía, no debía, ser la frontera entre vencedores y vencidos en la guerra civil, o entre los hijos de ambos bandos, sino entre los que anhelaban un régimen de libertades en nuestro país y los que seguían dando apoyo a una dictadura reaccionaria.

De esta acertada política antifranquista deriva, y a la vez la impulsa, su concepción de los movimientos sociales, “sociopolíticos”, que surgían en la sociedad, entre la clase trabajadora y las universidades en primer lugar, y que fueron el germen de los “espacios de libertad” que fuimos construyendo, conquistando, y que tan importante papel (también olvidado estos días) jugaron en el final de la dictadura a la muerte del dictador, impulsando la transición a la democracia, a la Constitución de 1978.

Y, ligado a su fundamental papel al frente del PCE en la transición, otras consideraciones que no comparto son las que, al alabar su contribución, enfatizan sobre una supuesta “renuncia” a sus planteamientos ideológicos y políticos en aras al “interés de todos”. Considero un grave error no entender que la política del PCE en la transición fue una coherente, y lúcida, consecuencia de la política, y la práctica, de la larga lucha antifranquista.

No hay comentarios: